RMG – Don Bosco soñador: el sueño de las dos columnas

enero 30, 2024

(ANS – Roma) – Ahora, al acercarnos a la festividad de San Juan Bosco, en este Año del Bicentenario de su sueño más célebre –el de los Nueve Años–, para los lectores de ANS queremos ofrecer una serie de sueños entre los más conocidos, significativos y de carácter «profético» para la Congregación y la Iglesia en su conjunto. Comencemos hoy con lo que ha pasado a la historia como «El sueño de las dos columnas» (Memorias Biográficas VII, 169–171), cuyo contenido, verdaderamente eclesial, se cita y recuerda con frecuencia en muchos lugares y circunstancias diferentes, incluso fuera del mundo salesiano.

Don Bosco contó este sueño la noche del 30 de mayo de 1862.

“Figuraos que estáis conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, desde el cual no divisáis más tierra que la que tenéis  debajo de los pies. En toda aquella supeficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas  terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves  están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros, y se dirigen  contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos hacerle el mayor daño  posible.

 A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que de ella reciben las órdenes, realizando las  oportunas maniobras para defenderse de la flota enemiga. El viento le es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos.

En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre  una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium  Christianorum. (Auxilio de los cristianos).

Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro  cartel con estas palabras: Salus credentium. (Salvación de los que creen).

El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la situación apurada en  que se encuentran sus leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la  conducta a seguir. Todos los pilotos suben a la nave capitana y se congregan alrededor del Papa. Celebran consejo; pero al comprobar que  el viento arrecia cada vez más y que la tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar nuevamente el mando de sus naves  respectivas.

Restablecida por un momento la calma, el Papa reúne por segunda vez a los pilotos, mientras la nave capitana continúa su curso; pero la  borrasca se torna nuevamente espantosa.

El Pontífice empuña el timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave hacia el espacio existente entre aquellas dos  columnas, de cuya parte superior penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas.

Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por detener su marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras  con los libros, con materiales incendiarios de los que cuentan gran abundancia, materiales que intentan arrojar a bordo; otras con los  cañones, con los fusiles, con los espolones: el combate se torna cada vez más encarnizado. Las proas enemigas chocan contra ella  violentamente, pero sus esfuerzos y su ímpetu resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la gigantesca  nave prosigue segura y serena su camino.

A veces sucede que, por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus flancos una larga y profunda hendidura; pero,  apenas producido el daño, sopla un viento suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen.

Disparan entre tanto los cañones de los asaltantes, y, al hacerlo, revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las demás armas y  espolones. Muchas naves se abren y se hunden en el mar. Entonces, los enemigos, llenos de furor, comienzan a luchar empleando el arma  corta, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate.

Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y le sujetan. El Pontífice  es herido por segunda vez, cae nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas de  sus naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el Pontífice, otro ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos lo han elegido  inmediatamente de suerte que la noticia de la muerte del Papa llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan  a desanimarse.

El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas, y, al llegar al espacio  comprendido entre ambas, las amarra con una cadena que pende de la proa a una áncora de la columna de la Hostia; y con otra cadena  que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada.

Entonces se produce una gran confusión. Todas las naves que hasta aquel momento habían luchado contra la embarcación capitaneada  por el Papa, se dan a la fuga, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente. Unas al hundirse procuran hundir a las demás.  Otras navecillas, que han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son las primeras en llegar a las columnas donde quedan  amarradas.

Otras naves, que por miedo al combate se habían retirado y se encuentran muy distantes, continúan observando prudentemente los  acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los abismos del mar los restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos columnas, y allí  permanecen tranquilas y serenas, en compañía de la nave capitana ocupada por el Papa. En el mar reina una calma absoluta.

Al llegar a este punto del relato, don Bosco preguntó a don Miguel Rúa:

-Qué piensas de esta narración?

 Don Miguel Rúa contestó:

-Me parece que la nave del Papa es la Iglesia de la que es cabeza: las otras naves representan a los hombres y el mar al mundo. Los que  defienden a la embarcación del Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda suerte de armas intentan  aniquilarla. Las dos columnas salvadoras me parece que son la devoción a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Don Miguel Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y don Bosco nada dijo tampoco sobre este particular. Solamente añadió:

-Has dicho bien. Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días  difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación de lo que tiene que suceder. Los enemigos de la  Iglesia están representados por las naves que intentan hundir la nave principal y aniquilarla si pudiesen. íSólo quedan dos medios para  salvarse en medio de tanto desconcierto! Devoción a María. Frecuencia de sacramentos: comunión frecuente, empleando todos los  recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y, en todo momento. íBuenas noches!». 


RMG – Don Bosco soñador: el quinto y último sueño misionero

enero 30, 2024

ANS – Roma) – Se cierra hoy la fase dedicada a los sueños misioneros en el marco del recorrido por los Sueños de Don Bosco, en anticipación a su celebración y en el año del Bicentenario del Sueño de los Nueve Años. Hoy recordamos el último sueño misionero (Memorias Biográficas XVIII, 71-74), que Don Bosco tuvo en España, en Barcelona, en la noche del 9 al 10 de abril de 1886, y cuando lo contó por primera vez, entre otros, a Don Rúa, su voz estaba quebrada por sollozos. Casi completando la visión del sueño misionero anterior, vio aún numerosas tierras en ese momento inexploradas para sus salesianos, muchos jóvenes necesitados de su ayuda y la Pastorcilla que aparecía a menudo en sus sueños recordándole su primera visión en 1824.

Entonces descendió de aquel montículo y, después de caminar un rato, llegó a otro desde cuya altura descubrió una selva, pero cultivada  atravesada por caminos y senderos. Desde allí dirigió su mirada alrededor, proyectándola hasta el horizonte, pero, antes que la retina, quedó  impresionado su oído por el alboroto que hacía una turba incontable de niños.

A pesar de cuanto hacía por descubrir de dónde procedía aquel ruido, no veía nada; después, a aquel rumor sucedió un griterío como el q  estalla al producirse una catástrofe. Finalmente vio una inmensa cantidad de jovencitos, los cuales, corriendo a su alrededor, le decían:

-íTe hemos esperado, te hemos esperado mucho tiempo, pero finalmente estás aquí; ahora estás entre nosotros y no te dejaremos escapar!

Don Bosco no comprendía nada y pensaba qué querrían de él aquellos niños; pero mientras permanecía como atónito en medio de ellos, v  un inmenso rebaño de corderos conducidos por una pastorcilla, la cual, una vez que hubo separado los jóvenes y las ovejas y colocado a los  unos en una parte y a las ovejas en otra, se detuvo junto a él y le dijo: 

-»Ves todo lo que tienes delante?

-Sí que lo veo, replicó el siervo de Dios.

-Pues bien, »te acuerdas del sueño que tuviste a la edad de diez años? -íOh, es muy difícil recordarlo! Tengo la mente cansada, no lo recuerdo bien ahora. -Bien, bien; reflexiona y lo recordarás. Después, haciendo que los muchachos se acercasen a Don Bosco, le dijo: -Mira ahora hacia esa parte, dirige allá tu mirada; haced vosotros lo mismo y leed lo que veáis escrito… Y bien, »qué veis? -Veo, contestó el siervo de Dios, montañas, colinas, y más allá más montañas y mares. Un niño dijo: -Yo leo: Valparaíso. -Yo, Santiago, dijo otro. -Yo, añadió un tercero, leo las dos cosas. -Pues bien, continuó la pastorcilla, parte ahora desde aquel punto y sabrás la norma que han de seguir los Salesianos en el porvenir.

Vuélvete ahora hacia esta parte, tira una línea visual y mira.   -Veo montañas, colinas, mares…  Y los jóvenes afinaban la vista exclamando a coro:  -Leemos Pekín.  Don Bosco vio entonces una gran ciudad. Estaba atravesada por un río muy ancho sobre el cual había construidos algunos puentes muy  grandes.  -Bien, dijo la doncella que parecía su Maestra, ahora tira una línea desde una extremidad a la otra, desde Pekín a Santiago, haz centro en  corazón de Africa y tendrás una idea exacta de cuanto deben hacer los Salesianos.  -Pero »cómo hacer todo esto?, exclamó don Bosco. Las distancias son inmensas, los lugares difíciles y los Salesianos pocos.  -No te preocupes. »No ves allá cincuenta misioneros preparados? »Y más allá no ves más y muchos más aún? Traza una línea desde  Santiago al Africa Central. »Qué ves?  -Diez centros de misión. 

-Bien; estos centros que ves serán casas de estudio y de noviciado que se dedicarán a la formación de los misioneros que han de trabajar en  estas regiones. Y ahora vuélvete hacia esta parte. Aquí verás otros diez centros desde el corazón de África a Pekín. También estas casas  proporcionarán misioneros a todas estas otras regiones. Allá está Hong-Kong, allí Calcuta, más allá Madagascar. En todas estas ciudades y  otras más habrá numerosas casas, colegios y noviciados.

Don Bosco escuchaba mientras observaba detenidamente todo aquello, después dijo:  -»Y dónde encontrar tanta gente y cómo enviar misioneros a esos lugares? En esos países existen salvajes que se alimentan de carne  humana; hay herejes y perseguidores de la Iglesia: »cómo hacer?  -Mira, replicó la pastorcilla, es menester que emplees toda tu buena voluntad. Sólo tienes que hacer una cosa: recomendar que mis  hijos cultiven constantemente la virtud de María.  -Bien, sí; me parece haber entendido. Repetiré a todos tus palabras.

-Y guárdate del error actual, o sea el de mezclar a los que estudian las artes humanas con los que se dedican al estudio de las artes divinas  pues la ciencia del cielo no quiere estar unida a las cosas de la tierra. 

Don Bosco quería continuar hablando, pero la visión desapareció; el sueño había terminado.


RMG – Don Bosco soñador: el cuarto sueño misionero

enero 30, 2024

(ANS – Roma) – Al final de su vida, Don Bosco continuó teniendo visiones y sueños relacionados con el desarrollo de su Obra. Así, en 1885, las crónicas registran su cuarto sueño misionero, en el cual vislumbró el futuro de la presencia salesiana en África, Australia y Oceanía, y en China (Memorias Biográficas, XVII, 643-645). Lo presentamos de nuevo para redescubrirlo juntos en este viaje entre los Sueños de Don Bosco, en anticipación a su celebración y en el año del Bicentenario del Sueño de los Nueve Años.

Don Bosco narró y comentó este sueño a los miembros del Consejo General la noche del 2 de julio de 1885.

Me pareció, dijo el Siervo de Dios, estar delante de una montaña elevadísima, sobre cuya cumbre estaba un Angel resplandeciente de luz  que iluminaba las regiones más apartadas. Alrededor de la montaña había un extenso reino de gente desconocida.

El Ángel tenía una espada en su diestra que mantenía levantada, espada que brillaba como una llama vivísima y con la izquierda  señalaba las regiones circundantes. Entonces me dijo:

-Angelus Arfaxad vocat vos ad proelianda bella Domini et ad congregandos populos in horrea Domini. (El Angel de Arfaxad os llama a  combatir las batallas del Señor y a reunir a los pueblos en los graneros del Señor).

Su palabra no tenía como otras veces forma de mandato, sino que parecía una propuesta.

Una turba maravillosa de ángeles, de los cuales no supe ni pude retener el nombre, lo rodeaba. Entre ellos estaba Luis Colle, al cual hacía  corona una multitud de jovencitos, a los que enseñaba a cantar alabanzas a Dios y él mismo también las cantaba.

Alrededor de la montaña, a los pies de la misma y en sus laderas, habitaba multitud de gentes. Todos hablaban entre sí, pero su lenguaje  era desconocido, ininteligible. Yo sólo comprendía lo que decía el Angel. Me sería imposible describir lo que vi. Veía al mismo tiempo  objetos separados, simultáneos, los cuales transfiguraban el espectáculo que se ofrecía a mi vista. Por tanto, aquello unas veces me parecía  la llanura de la Mesopotamia, otras un monte altísimo, y aquella misma montaña sobre la cual estaba el Angel de Arfaxad, a cada momento  tomaba mil aspectos diferentes, hasta convertirse en una serie de sombras vaporosas, pues tales parecían los habitantes que la poblaban.

Delante de este monte y durante todo este viaje me parecía estar elevado a una altura grandísima, como si me encontrase sobre las nubes  circundado de un espacio inmenso. »Quién podrá expresar con palabras aquella altura, aquella anchura, aquella  luz, aquella claridad, en suma, un espectáculo semejante? Se puede gozar de él, pero no se puede describir. 

En éste y en otros recorridos había muchos que me acompañaban y que me animaban y animaban también a los Salesianos para que no se  detuviesen en su camino. Entre los que me llevaban de la mano y me obligaban, por así decirlo, a seguir adelante, estaba el querido Luis  Colle y muchos escuadrones de ángeles, los cuales hacían eco a los cánticos de los jovencitos que estaban alrededor de él.

Me pareció, pues, estar en el centro del Africa en un extensísimo desierto viendo escrito en el suelo con grandes caracteres: «Negros». En  medio estaba el Angel de Cam, el cual decía:

-Cessabit maledictum y la bendición del Creador descenderá sobre sus hijos réprobos y la miel y el bálsamo curarán las mordeduras  causadas por las serpientes; después serán cubiertas las torpezas de los hijos de Cam.

Todos aquellos pueblos estaban desnudos.

Finalmente me pareció estar en Australia.

 Aquí había también un ángel, pero no tenía nombre alguno. El guiaba, caminaba y hacía caminar a la gente hacia el mediodía. Australia  no era un continente sino un conjunto de numerosas islas cuyos habitantes diferían en carácter y formas externas. Una multitud de niños,  que vivían allí, intentaban venir hacia nosotros, pero se lo impedían la distancia y las aguas que nos separaban.

 Tendían las manos hacia don Bosco y hacia los Salesianos, diciendo:

 -íVenid en nuestro auxilio! »Por qué no continuáis la obra que vuestros padres han comenzado?

 Muchos se detuvieron; otros, haciendo mil esfuerzos, pasaron en medio de los animales feroces y vinieron a mezclarse con los  Salesianos, a los cuales yo no conocía y comenzaron a cantar:

 -Benedictus qui venit in nomine Domini.

 A cierta distancia se veían grupos de innumerables islas, pero yo no podía distinguir sus características. Me pareció que todo aquel  conjunto indicaba que la Divina Providencia ofrecía una porción del campo evangélico a los Salesianos, mas para un futuro lejano. Sus  fatigas darán su fruto, porque la mano del Señor estará constante con ellos, si saben agradecer sus favores.

 Si pudiera embalsamar y conservar vivos a unos cincuenta Salesianos de los que ahora están entre nosotros, de aquí a quinientos años  verían qué destino tan estupendo nos reserva la Providencia, si somos fieles.

 De aquí a ciento cincuenta o doscientos años, los Salesianos serán dueños de todo el mundo.

 Nosotros seremos bien vistos siempre, aun de los malos, porque nuestro campo especial es de tal naturaleza que se atrae las simpatías de  todos, buenos y malos. Habrá alguna mala cabeza que nos quiera destruir, pero serán intentos aislados que no tendrán el apoyo de los demás.

 Todo estriba en que los Salesianos no se dejen llevar del amor a las comodidades y de la desgana en el trabajo. Manteniendo solamente  nuestras obras ya existentes y evitando el vicio de la gula, la Congregación Salesiana ha asegurado su porvenir.

 La Congregación prosperará, aun materialmente, si procuramos sostener y extender el Boletín y la obra de los Hijos de María  Auxiliadora. íSon tan buenos muchos de estos hijos! Su institución nos dará Hermanos decididos a mantenerse en su vocación.  553

 Estas son las tres cosas que don Bosco vio más claramente y que mejor recordó y narró la primera vez; pero como expuso sucesivamente  a Lemoyne, vio mucho más. Vio todos los países, a los que serían llamados los Salesianos con el tiempo, pero en una visión fugaz,  haciendo un viaje rapidísimo, en el que saliendo de un punto volvía al mismo. Decía que había sido algo así como un relámpago; con todo,  al recorrer aquel inmenso espacio había distinguido en un momento las regiones, las ciudades, los habitantes, los mares, los ríos, las islas,  las costumbres y mil hechos que se entremezclaban y un sinfín de espectáculos simultáneos imposibles de describir. Por eso, de todo aquel  viaje fantástico conservaba un recuerdo poco preciso, no pudiendo hacer de él una ((646)) descripción detallada. Le había parecido que  tenía al lado muchos que le animaban a él y a los Salesianos a no detenerse en el camino. Entre los más decididos a estimular a los demás a  proseguir adelante, estaba el joven Luis Colle del cual escribía al padre el diez de agosto: «Nuestro amigo Luis me ha llevado a dar un  paseo por el centro del Africa, tierra de Cam, decía él, y por las tierras de Arfaxad, esto es, por la China. Si el Señor nos permite una  entrevista, tendremos muchas cosas de que hablar».

Después del sueño, Don Bosco encargó al clérigo Festa realizar investigaciones en diccionarios bíblicos sobre el enigmático Arfaxad, mencionado en el décimo capítulo del Génesis. Luego se creyó haber encontrado la clave del misterio en el primer volumen de la Historia de la Iglesia de Rohrbacher, que afirmaba que los chinos descendían de Arfaxad.

Don Bosco se enfocó especialmente en China y decía: «Si tuviera veinte Salesianos para enviar a China, sin duda recibirían una recepción triunfal, a pesar de la persecución».

A este sueño, Don Bosco mostraba pensar con frecuencia, hablaba de él con gusto y lo consideraba una confirmación de los sueños anteriores sobre las misiones.


RMG – Don Bosco soñador: el primer sueño misionero

enero 30, 2024

(ANS – Roma) – Después de recordar algunos de los famosos sueños de Don Bosco con claro valor educativo-pedagógico, comienza hoy el mini ciclo de tres encuentros dedicados a redescubrir los sueños «misioneros» del santo fundador de la Congregación Salesiana. Dado el desarrollo de la Sociedad que él fundó, las innumerables obras iniciadas y llevadas a cabo con la colaboración de muchos otros religiosos, religiosas y laicos de la Familia Salesiana, y la precisión de tantos detalles sobre países y realidades que Don Bosco nunca visitó en persona, estos sueños son algunas de las visiones más fascinantes y sugerentes que él relató. Comencemos, obviamente, por el primero, que concierne a la primera tierra de misión de los Salesianos: la Patagonia (Memorias Biográficas X, 53-55).

Este es el sueño que llevó a Don Bosco a iniciar el apostolado misionero de sus hijos Salesianos. Lo tuvo en 1872 y lo contó por primera vez a Pío IX en marzo de 1876; luego repitió la historia también a algunos Salesianos.

“Me pareció encontrarme en una región salvaje y por completo desconocida. Era una inmensa llanura completamente inculta, en la que no se descubrían montes ni colinas. En sus lejanísimos confines se perfilaban escabrosas montañas. Vi en ella una turba de hombres que la recorrían. Estaban casi desnudos, eran de altura y estatura extraordinarias, de aspecto feroz, cabellos largos e hirsutos, color bronceado y negruzco, e iban vestidos con amplios mantos de pieles de animales que les caían por las espaldas. Usaban como armas una especie de lanza larga y la honda (el lazo).

Estas turbas de hombres, esparcidos por acá y acullá, ofrecían a los ojos del espectador escenas diversas; unos corrían detrás de las fieras para darles caza; otros llevaban clavados en las puntas de sus lanzas trozos de carne ensangrentada. Por una parte, unos luchaban entre sí, otros peleaban con soldados vestidos a la europea, y quedaba el terreno cubierto de cadáveres. Yo temblaba al contemplar semejante espectáculo, y he aquí que aparecieron en los límites de la llanura numerosos personajes, en los cuales reconocía, por sus ropas y su manera de obrar, a los misioneros de varias Ordenes.

Estos se aproximaban para predicar a aquellos bárbaros la religión de Jesucristo. Los observé atentamente, mas no reconocí a ninguno. Se mezclaron con los salvajes, pero ellos, apenas los veían, se les echaban encima con furor diabólico y alegría infernal, los mataban y con saña feroz los descuartizaban, los cortaban a pedazos y colocaban trozos de sus carnes en la punta de sus largas picas.

Luego se repetían las luchas entre ellos y con los pueblos vecinos. Después de observar las horribles matanzas, me dije:

-¿Cómo convertir a esta gente tan salvaje?

Vi entretanto en lontananza un grupo de otros misioneros que se acercaban a los salvajes con rostro alegre, precedidos de un pelotón de muchachos.

Yo temblaba pensando:

-Vienen para hacerse matar. Y me acerqué a ellos; eran clérigos y sacerdotes. Los miré atentamente y vi que eran nuestros salesianos. Los primeros me eran conocidos y, si bien no pude conocer personalmente a otros muchos que les seguían, me di cuenta de que eran también misioneros salesianos, precisamente de los nuestros.

-Pero, ¿cómo es esto?, exclamé.

Estaba decidido a no dejarlos avanzar y me dispuse a detenerlos. Esperaba que de un momento a otro corrieran la misma suerte que los anteriores. Quise hacerles volver atrás, cuando noté que su aparición había provocado la alegría en aquellas turbas de bárbaros, los cuales bajaron las armas, cambiaron su ferocidad y recibieron a nuestros misioneros con las mayores muestras de cortesía.

Maravillado de ello, me decía a mí mismo:

-íYa veremos cómo termina esto!

Y vi que nuestros misioneros avanzaban hacia las hordas de salvajes; les hablaban, y ellos escuchaban atentamente su voz; les enseñaban, y aprendían prontamente; les amonestaban, y ellos aceptaban, y ponían en práctica sus avisos.

Seguí observando y me di cuenta de que los misioneros rezaban el santo Rosario, mientras los salvajes corrían por todas partes, les abrían paso y contestaban con gusto a aquella plegaria.

Los Salesianos se colocaron en el centro de la muchedumbre, que les rodeó, y se arrodillaron. Los salvajes echaron las armas a los pies de los misioneros y también se arrodillaron. Y he aquí que uno de los salesianos entonó: Load a María; y aquellas turbas, todos a una voz, continuaron el canto tan al unísono y en tono tal, que yo, casi espantado, me desperté.

Tuve este sueño hace cuatro o cinco años, me causó mucha impresión, y quedé convencido de que se trababa de un aviso del cielo”.

Al principio, Don Bosco creía que eran los pueblos de Etiopía, luego pensó en los alrededores de Hong Kong, luego en las gentes de las Indias; solo en 1874, cuando recibió los más urgentes llamados para enviar a los Salesianos a Argentina, se dio cuenta claramente de que los salvajes vistos en sueños eran los indígenas de esa inmensa región, entonces casi desconocida, que era la Patagonia. 


RMG – Don Bosco soñador: las diez colinas

enero 30, 2024

(ANS – Roma) – Un camino accidentado y difícil, mucho esfuerzo, mucho celo, muchas dificultades, pero también música celestial y visiones maravillosas: todo esto se encuentra en el tercer sueño de Don Bosco, que recordamos con motivo de su fiesta litúrgica y en este año del Bicentenario de su sueño más famoso, el de los Nueve Años. Hoy presentamos el sueño conocido como «de las diez colinas» o «de la décima colina» (Memorias Biográficas, VII, 796-800). En este relato, Don Bosco ofrece a sus jóvenes varias enseñanzas importantes: la importancia de preservarse inocentes y seguir las enseñanzas de la vida cristiana; el valor de la constancia y la fidelidad en el camino emprendido; y finalmente, la dimensión fundamental de cuidar unos de otros en el camino común de la vida.

La noche del 22 de octubre de 1864, Don Bosco contó a los jóvenes del Oratorio este sueño, en el cual se le reveló lo fácil que los inocentes superan los obstáculos que hacen mucho más difícil el camino de salvación para los demás.

Le pareció encontrarse en un valle grandísimo, lleno de miles de jóvenes, muchos de los cuales reconoció como alumnos de su Oratorio. Un alto barranco cerraba un lado de ese valle.

«¿Ves ese barranco?» –le dijo la Guía–. «Bien, tú y tus jóvenes deben alcanzar su cima». Con un gesto de Don Bosco, todos esos jóvenes se lanzaron para trepar por el barranco. Los sacerdotes de la casa los ayudaban: unos levantaban a los que caían, otros llevaban a los cansados y débiles sobre sus espaldas. Don Rúa (el futuro Beato) trabajaba más que todos: tomaba a los jóvenes de a dos y los lanzaba incluso por el aire hacia el barranco, y ellos se levantaban rápidamente y corrían alegremente de un lado a otro. Don Cagliero (el futuro Cardenal) y Don Francesia corrían arriba y abajo entre las filas gritando: «¡Ánimo! ¡Adelante, adelante, ánimo!»

En poco tiempo, esas huestes juveniles alcanzaron la cima del barranco y vieron elevarse ante ellos diez colinas, una tras otra.

«Tú», dijo la Guía a Don Bosco, «debes superar estas diez colinas con tus jóvenes».

— «Pero, ¿cómo resistirán los más pequeños y delicados en un viaje tan largo?».

— «Quien no pueda caminar, será llevado», respondió la Guía. Y aquí apareció un magnífico carro resplandeciente de oro y piedras preciosas. Era triangular y tenía ruedas que se movían en todas direcciones. De los tres ángulos salían tres astas que se unían sobre el carro, formando como un pináculo, sobre el cual se alzaba una maravillosa bandera, en la que estaba escrito en letras grandes: INOCENCIA. El carro avanzó y se colocó en medio de los jóvenes. Dada la orden, se subieron al carro quinientos niños. Aquí Don Bosco comenta con tristeza: «¡Solo quinientos, entre tantos miles de jóvenes, eran aún inocentes!».

Colocados en el carro, aparecieron seis jóvenes vestidos de blanco, ya fallecidos en el Oratorio, que alzaban otra hermosa bandera con la inscripción: PENITENCIA. Se colocaron al frente de todas esas falanges de jóvenes que, a una señal, se dirigieron hacia las diez colinas, mientras los niños que estaban en el carro cantaban con una dulzura inefable: «Laudate, pueri, Dominum» (Alabad, niños, al Señor).

Don Bosco continúa: «Caminaba embriagado por esa música celestial, cuando recordé darme la vuelta para ver si todos los jóvenes me seguían. ¡Oh, doloroso espectáculo! Muchos se quedaron en el valle y muchos retrocedieron. Yo, agitado por un dolor indescriptible, decidí volver sobre el camino ya recorrido para tratar de persuadir a esos jóvenes insensatos a que me siguieran. Pero esto me fue absolutamente prohibido».

— «Peor para ellos», dijo la Guía. «Fueron llamados como todos los demás. Vieron el camino, y eso es suficiente». Rogué, supliqué: todo fue inútil. Y tuve que continuar el camino. Aún no se había aliviado este dolor cuando ocurrió otro caso. Muchos chicos de los que estaban en el carro habían caído al suelo. De quinientos, solo quedaban ciento cincuenta bajo la bandera de la Inocencia. Mi corazón estallaba: gemía y sentía mi gemido resonar en la habitación; quería disipar la pesadilla de ese fantasma, pero no podía. Mientras tanto, la música del carro continuaba tan dulce que poco a poco apaciguó mi dolor abrasador.

Siete colinas ya se habían superado y cuando esas huestes llegaron a la octava, entraron en una región maravillosa, donde se detuvieron para descansar un poco. Había moradas de una belleza y riqueza superiores a toda imaginación, con plantas frutales en las que se veían flores y frutas juntas, maduras y verdes: era un encanto. Los jóvenes disfrutaban admirando y saboreando esas frutas. Pero aquí tuve otra sorpresa. De repente, los jóvenes se habían vuelto ancianos: sin dientes, con el pelo blanco, con el rostro surcado de arrugas; cojeaban y caminaban encorvados, apoyados en bastones. Me sorprendía esta transformación, pero la Guía me señaló que las diez colinas también representaban cada una década de vida.

— «Es esa música divina», dijo, «que te hizo parecer corto el camino y breve el tiempo. Mira tu fisonomía y te persuadirás de que digo la verdad».

Y se me presentó un espejo, me miré y vi que mi aspecto se había vuelto el de un hombre maduro, con el rostro arrugado y los dientes escasos y deteriorados.

La comitiva, mientras tanto, se puso en marcha de nuevo. A lo lejos, en la décima colina, aparecía una luz que iba creciendo, como si viniera de una espléndida apertura (¿la puerta del paraíso?). Entonces, comenzó de nuevo el canto tan suave, tan atractivo que solo en el paraíso se puede saborear igual. «Fue tal la emoción y la alegría que inundaron mi alma al escucharlo que me desperté y me encontré en mi habitación».

Don Bosco concluyó diciendo que estaba listo para decir confidencialmente a ciertos jóvenes qué hacían en este sueño: si estaban entre los que se quedaron en el valle o si cayeron del carro.

Don Bosco mismo interpretó el sueño de esta manera: el valle es el mundo; el barranco, los obstáculos para separarse de él; las diez colinas, los diez mandamientos de Dios; el carro, la gracia de Dios; los grupos de jóvenes a pie son aquellos que han perdido la inocencia, pero se han arrepentido de sus pecados. 


RMG – Don Bosco soñador: flores y frutos para María

enero 30, 2024

(ANS – Roma) – La figura de María vuelve también en el segundo sueño de Don Bosco, que se presenta a los lectores de ANS en este año bicentenario del Sueño de los Nueve Años y en preparación para la fiesta del Santo de la Juventud. «Flores y frutos para María» es el título con el que se recuerda (Memorias Biográficas, Vol. VIII). La Madre de Jesús en este caso es el objeto explícito de la devoción que se manifiesta en el sueño, pero Don Bosco, para educar a sus muchachos, señala que no se pueden engañar a sí mismos y a los demás venerando a la Virgen y llevando, al mismo tiempo, una vida solo aparentemente cristiana. El sueño luego concluye con Don Bosco, como gran conocedor de los corazones juveniles, instando a los muchachos a continuar su camino de acompañamiento con él.

La noche del 30 de mayo de 1865, al cerrar el mes de María, Don Bosco contó que había visto en sueños un gran altar dedicado a la Virgen y los jóvenes de su Oratorio que, en procesión, avanzaban cantando hacia él. Algunos cantaban con voces angelicales, otros con voces roncas, otros desentonaban; incluso había algunos muchachos que bostezaban aburridos.

Todos llevaban un regalo para ofrecer a María, ¡pero qué variedad de regalos! Algunos llevaban un ramo de rosas, otros de lirios, otros de violetas; algunos llevaban corderos, otros conejos, otros peces, otros nueces, otros uvas, etc., etc. Sin embargo, también había quienes llevaban a la Virgen regalos realmente extraños: uno llevaba una cabeza de cerdo, otro un gato, otro un plato de sapos. Un hermoso Ángel, quizás el Ángel Custodio del Oratorio, estaba frente al altar y recibía los regalos y los colocaba en el altar. Antes, sin embargo, quitaba las flores bonitas pero sin olor, como los dalias y las camelias; sobre todo, quitaba las espinas y los clavos que se escondían en algunos ramos.

También vinieron los jóvenes que llevaban regalos extraños e indignos.

– «¡Cómo! ¿Te atreves a ofrecerle a la Virgen un lechón?», dijo el Ángel al primero. «¿Y no sabes lo que significa la impureza, y María es la Toda Pura, la Todasanta? Aléjate de aquí».

Luego vinieron otros que llevaban un gato y el Ángel los rechazó con disgusto:

– «¿No saben que el gato simboliza el robo?»

A los que llevaban un plato de sapos, el Ángel gritó indignado: «Los sapos simbolizan los vergonzosos pecados de escándalo, ¿y vienen a ofrecérselos a la Virgen?»

También hubo algunos que se acercaron con un cuchillo clavado en el corazón, símbolo de sacrilegios.

– «No ven», les dijo el Ángel, «que llevan la muerte en el corazón. ¡Por caridad, sáquense ese cuchillo!» Y también a estos los rechazaron.

Cuando todos ofrecieron sus regalos, aparecieron dos Ángeles que sostenían dos cestas llenas de magníficas coronas, compuestas de hermosas rosas. El Ángel Custodio coronó a todos los jóvenes cuyos regalos habían sido aceptados y les dijo: «Hoy María ha querido que sean coronados con rosas tan hermosas. Asegúrense de que no se las quiten practicando la humildad, la obediencia, la pureza. Tres virtudes que siempre los harán queridos por María y los harán dignos de recibir una corona infinitamente más hermosa que esta».

Los jóvenes coronados expresaron su alegría con el canto «Alabemos a María» con voces tan fuertes que Don Bosco se despertó.

Don Bosco mismo dio esta interpretación: las flores sin olor son las buenas obras hechas por motivos humanos; las espinas, las desobediencias, los clavos, los pecados graves.

Y concluyó diciendo: «Queridos míos, sé quiénes fueron coronados y quiénes fueron expulsados por el Ángel. Lo diré individualmente para que procuren llevar a la Virgen regalos que ella se digne aceptar».


RMG – Don Bosco soñador: el sueño de la serpiente y el rosario

enero 30, 2024

(ANS – Roma) – Muchos de los sueños que Don Bosco compartió con sus jóvenes tenían evidentemente fines educativos, tanto que a menudo ni siquiera sus biógrafos lograron demarcar con claridad el límite entre sueño, visión y relato pedagógico. Entre ellos, se puede destacar el conocido como «el sueño de la serpiente y el rosario» (Memorias Biográficas de Don Giovanni Bosco – VII 238-243). Ocurrido en el verano de 1862, es una clara manifestación de lo central que era María Auxiliadora no solo en la vida del santo, sino también en su visión pedagógica; y de cómo la devoción mariana no estaba en conflicto, sino que, más bien, estimulaba a sus muchachos a encaminarse hacia una vida sacramental y eclesial plenamente vivida.

Al introducir el sueño, el biógrafo de Don Bosco, Don Juan Bautista Lemoyne, parte de un episodio ocurrido años antes: «En febrero de 1848, el marqués Roberto d’Azeglio, amigo personal de Carlos Alberto y senador del Reino, honró el Oratorio de Don Bosco con una visita. El Santo lo acompañó a recorrer toda la casa. El marqués expresó su gran satisfacción, pero con una reserva: calificó como tiempo perdido el dedicado a rezar el Rosario.

«Deje», dijo, «de hacer rezar esa antigüedad de cincuenta Ave Marías ensartadas una tras otra».

«Bien», respondió Don Bosco, «yo le doy mucha importancia a esa práctica; y sobre esto podría decir que está fundamentada mi institución; estaría dispuesto a dejar muchas otras cosas también importantes, pero no esto». Y con el coraje que le era propio, añadió: «Y también, si fuera necesario, estaría dispuesto a renunciar a su preciosa amistad, pero nunca a la recitación del Santo Rosario»».

Luego, Don Lemoyne continúa con la descripción del sueño:

«Para estimular a los jóvenes a amar el Rosario, también era alentado por sus sueños. Mencionamos uno. Lo tuvo en la víspera de la Asunción de 1862. Soñó que estaba en su aldea natal, hoy Colle Don Bosco, en casa de su hermano, con todos sus jóvenes. Y he aquí que se le presenta Uno (la Guía habitual de sus sueños) que lo invita a ir al prado contiguo al patio, y allí le muestra una serpiente pequeña de 7-8 metros de longitud, de un grosor extraordinario. Don Bosco se horroriza y quiere huir. Pero la Guía lo invita a no tener miedo y a quedarse. Luego va a buscar una cuerda, vuelve con Don Bosco y le dice:

– «Agarre este extremo de la cuerda y sosténgalo fuerte; yo tomaré el otro extremo y suspenderemos la cuerda sobre la serpiente».

– «¿Y luego?»

– «Y luego la golpearemos en la espalda con ella».

– «¡Ah! No, por favor. Sería un desastre si hacemos eso. La serpiente se volverá furiosa y nos despedazará».

«Pero la Guía insistió», cuenta Don Bosco, «y me aseguró que la serpiente no me haría ningún daño, y tanto dijo que consentí en hacer lo que quisiera. Mientras tanto, levantó la cuerda y con esta le dio un azote en la espalda al reptil. La serpiente da un salto y voltea la cabeza hacia atrás para morder lo que la golpeó, pero queda atrapada como en una trampa de lazo».

– «Agarre fuerte», grita la Guía, «y no deje escapar la cuerda».

Y corrió a atar el extremo de la cuerda que tenía en la mano a una pera cercana; luego ató el extremo de la cuerda que yo sostenía a la reja de una ventana de la casa. Mientras tanto, la serpiente se debatía furiosamente y daba tales golpes en el suelo con la cabeza y con sus enormes vueltas, que sus carnes se desgarraban y sus pedazos saltaban a gran distancia. Así continuó hasta que de ella solo quedó el esqueleto descarnado.

Muerta la serpiente, la Guía desató la cuerda del árbol y de la ventana, la recogió y la guardó en una caja. Después de un momento, la abrió. Con asombro mío y de los jóvenes que habían acudido, vimos que esa cuerda se había dispuesto de manera que formaba las palabras: «Ave María».

La Guía explicó: «La serpiente representa al demonio y la cuerda representa el Ave María o más bien el Rosario, que es una continuación de Avemarías, con las cuales se pueden golpear, vencer y destruir todos los demonios del infierno».

En este punto, a los ojos de Don Bosco se presentó una escena muy dolorosa: vio a jóvenes recogiendo trozos de carne de la serpiente, comiéndolos y quedando envenenados.

«No podía tranquilizarme», cuenta Don Bosco, «porque a pesar de mis advertencias, seguían comiendo. Yo gritaba a uno, gritaba a otro; daba bofetadas a este, puñetazos a aquel, tratando de evitar que comieran, pero inútilmente. Yo estaba fuera de mí mismo, cuando vi alrededor un gran número de jóvenes tendidos en el suelo en un estado miserable».

Entonces Don Bosco se volvió hacia la Guía:

– «Pero ¿no hay remedio para tanto mal?»

– «Sí lo hay».

– «¿Cuál sería?»

– «Nada más que el yunque y el martillo».

– «¿Cómo? ¿Debo acaso ponerlos sobre el yunque y golpearlos con el martillo?»

– «Así es», respondió la Guía, «el martillo significa la Confesión, el yunque la Comunión: hay que hacer uso de estos dos medios». 


RMG – Los Sueños de Don Bosco: una novena para conocerlos, profundizar en ellos y recibir nuevas energías

enero 30, 2024

(ANS – Roma) – Comienza hoy, 22 de enero, la novena en preparación para la fiesta del Padre y Maestro de los Jóvenes, San Juan Bosco. En este año bicentenario del Sueño de los Nueve Años, la Agencia iNfo Salesiana desea acompañar este camino de preparación con un recorrido temático entre sus innumerables «sueños», para dejarnos guiar una vez más por Don Bosco y sus visiones proféticas.

Don Bosco mantenía un diálogo especial con Dios: Él le hablaba a través de los sueños. Estos nunca eran comunicaciones directas, sino siempre alegóricas, un poco como en los Evangelios, donde Jesús a menudo hablaba en parábolas. Aquí vemos una característica muy importante del Santo: su disposición a dejarse guiar por un padre espiritual. Siempre, de hecho, consultaba y preguntaba a quien, en ese momento, consideraba su guía, sobre la interpretación de estos sueños y lo que Dios quería de él.

Y sobre el valor de sus sueños, Don Bosco mismo inicialmente dudaba. «Muchas veces los atribuía a juegos de la fantasía. Al contar esos sueños, anunciando muertes inminentes, prediciendo el futuro, a menudo me quedaba en la incertidumbre, sin confiar en haber comprendido y temiendo decir mentiras. Algunas veces me confesé con don Cafasso de esto, considerando, según yo, arriesgado hablar».

A su vez, don Eugenio Ceria, biógrafo de Don Bosco, que compiló los últimos nueve volúmenes de las Memorias Biográficas, clasifica los sueños de Don Bosco en tres grupos:

  • sueños que no son más que simples sueños nocturnos;
  • sueños que no fueron sueños, sino verdaderas visiones ocurridas en pleno día;
  • sueños hechos de noche, que revelan cosas oscuras o futuras.

Sin embargo, es difícil distinguir entre las tres categorías. Por ejemplo, una vez, Don Bosco soñó que estaba en la Basílica de San Pedro en Roma, dentro de la gran hornacina que se abre bajo la cornisa a la derecha de la nave central, perpendicular a la estatua de bronce de san Pedro y al medallón de mosaico de Pío IX. No sabía cómo había llegado allí. Quería bajar. Llamaba, gritaba, pero nadie respondía. Finalmente, vencido por la angustia, se despertó. Un sueño de mala digestión, se podría decir. Pero hoy, quien mira esa hornacina de San Pedro, ve la grandiosa estatua de Don Bosco del escultor Canonica. Entonces se entiende que la mala digestión no tenía nada que ver.

Han sido innumerables los sueños relatados por Don Bosco: la primera recopilación completa, extraída de las Memorias Biográficas, es la de Rodolfo Fierro Torres, que transcribe y traduce ciento cincuenta y tres , entre largos y breves. Fausto Jiménez, que revisa e integra esta colección, devuelve el listado cronológico de ciento cincuenta y nueve sueños, proporcionando también las referencias bibliográficas.

Entre todos los sueños, algunos son ciertamente más significativos y relevantes que otros: si el 2024 está dedicado por toda la Familia Salesiana a profundizar en el Sueño de los Nueve Años, es precisamente por su enorme valor carismático. Otras clasificaciones hechas por varios autores han intentado agruparlos por finalidades: don Juan Bautista Lemoyne, otro conocido biógrafo de Don Bosco, los dividía en cuatro grupos: «el primero abraza aquellos que le indicaban las obras por realizar y la manera de realizarlas; el segundo aquellos que le revelaban el estado de las conciencias, vocaciones, muertes inminentes; la tercera categoría abraza los sueños didácticos; finalmente, vienen aquellos que le presentaban futuros eventos de la Iglesia y de las naciones».

Una división que, como todas las clasificaciones, escribe Scotti, «siempre se aplica, más o menos adecuadamente, a la realidad. ¡Cuántos sueños, de hecho, son a la vez educativos y proféticos!»

Conscientes de esta vastedad del campo onírico y visionario de Don Bosco; de la dificultad de separar los sueños de los elementos añadidos por la tradición o por el propio Don Bosco con fines pastorales; y de la estrechez de espacio en estos pocos días que nos separan de la fiesta, en los próximos días ANS intentará presentar de todos modos nueve sueños de Don Bosco, algunos más famosos, otros menos, y tratando de presentar a través de ellos tres diferentes tipologías de los sueños de Don Bosco:

  • aquellos con un valor educativo-pedagógico para los jóvenes;
  • aquellos llamados «misioneros»;
  • aquellos de alcance profético para la Congregación y la Iglesia en su conjunto.

Será una manera de seguir adelante con la misión de Don Bosco y su sueño para los jóvenes de todo el mundo. 


Italia – «El sueño que inspira sueños»: La lectura crítico-histórica del Padre Francesco Motto, Director Emérito del Instituto Histórico Salesiano

enero 30, 2024

(ANS – Turín) – Una auténtica llamada de Dios hecha en 1824 a un niño y narrada cincuenta años después, en el lenguaje de la madurez, casi un guion resumen de una vida dedicada por completo a las nuevas generaciones en nombre de Jesús y María. Visto a través de los ojos de un historiador, el «sueño de los nueve años» de Don JuanBosco tiene los contornos de un hecho verdadero y el poder evocador de una página literaria. En la noche del lunes 22 de enero, esto fue explicado en Turín, en María Auxiliadora por el Padre Francesco Motto, de setenta y seis años, Director Emérito del Instituto Histórico Salesiano, autor de varias investigaciones y libros.

La reunión fue introducida y concluida por el Rector de la Basílica, el Padre Michele Viviano, y moderada por el periodista Alberto Chiara, redactor jefe de Famiglia Cristiana. El Padre Motto, en su presentación precisa y documentada, citó testigos, escritos e interpretaciones. «No se trató de un sueño único», concluyó, «reapareció, con variaciones incluso significativas, veinte años después del inicio de su misión sacerdotal (1844) y posteriormente, hasta 1887, en el momento de la celebración frente al cuadro de María Auxiliadora en la iglesia del Sagrado Corazón en Roma cuando, unos meses antes de su muerte, rompió a llorar al ver realizadas las últimas palabras de la ‘mujer de apariencia majestuosa’ del sueño: ‘A su debido tiempo, todo lo comprenderás’. Es, por lo tanto, un complejo de sueños-visiones dispersos a lo largo de su vida».

De ese sueño, hoy, queda la herencia siempre relevante: el compromiso con los jóvenes, todos ellos, pero especialmente aquellos que enfrentan dificultades prácticas, morales o espirituales; el método preventivo, aún válido, tejido con «mansedumbre» y «caridad»; y una fe que se transmite más por el ejemplo que por discursos verbosos.

Para aquellos que deseen revivir la noche con el Padre Motto, el video de la transmisión en vivo sigue disponible en el canal de YouTube de la basílica.


Italia – Don Bosco y otros Santos comprometidos en lo social: segunda parte

enero 30, 2024

(ANS – Turín) – Hoy concluye la presentación de los llamados «Santos Sociales» de Turín: personas aparentemente comunes, pero en realidad extraordinarias, porque vivieron poniendo a Dios y a sus prójimos más necesitados en primer lugar, olvidándose de sí mismos. Precisamente por esta comunión de actitudes y por la coexistencia más o menos en el mismo período en la misma área geográfica, muchos de ellos se conocieron directamente y colaboraron, o al menos compartieron un tramo de camino juntos. Y por eso muchos de ellos también son recordados, con todo y recuerdos y paneles, en el «Museo Casa Don Bosco» de Turín-Valdocco.

San José Cafasso asiste a los condenados hasta la horca

Nacido en Castelnuovo d’Asti, el mismo pueblo natal de San Juan Bosco, el 15 de enero de 1811.

Proveniente de una familia campesina, la profunda fe de sus padres se transmitió al hijo, que fue ordenado sacerdote a los veintidós años. Cuatro meses después, ingresa al Convitto Eclesiástico de San Francisco, en Turín.

Maestro de teología moral primero, director espiritual después y finalmente rector, transmite a los futuros sacerdotes su fe, pero no solo eso.

Siempre atento a los más necesitados, se dedica a los reclusos, a quienes visita en los deteriorados penales.

Es apodado el «cura de la horca» porque a menudo acompaña a los condenados hasta el patíbulo reconfortándolos hasta el final.

Falleció el 23 de junio de 1860: el 22 de junio de 1947, el Papa Pío XII lo declaró santo.

Beato Francesco Faà di Bruno instituye «las cocinas económicas»

Antes de vestir la sotana, Francesco Faà di Bruno llevaba una vida muy intensa.

Nacido en Alessandria el 29 de marzo de 1825 en una importante familia noble, en 1840 ingresó a la Academia Militar de Turín, iniciando una brillante carrera como oficial hasta ser nombrado Capitán del Estado Mayor.

Abandonando el ejército, su pasión por la ciencia lo lleva a graduarse en matemáticas en la prestigiosa Universidad de la Sorbona de París y, en 1857, se convierte en profesor de matemáticas y astronomía en la Universidad de Turín.

Hombre de fe, se dedica a los más pobres y, especialmente, a las mujeres, dando vida a una casa para madres solteras y fundando la congregación de las Hermanas Mínimas de Nuestra Señora del Suffragio.

Son suyas las iniciativas de las cocinas económicas (para distribuir comidas calientes a bajo precio a los trabajadores), de la biblioteca mutua circulante (préstamo de libros extendido a toda Italia) y de los lavaderos públicos.

Decidió abrazar la vida eclesiástica en 1876. Muere el 27 de marzo de 1888 y el Papa Juan Pablo II lo nombró beato en 1988.

San José Marello regala una casa de reposo a los ancianos necesitados

Nacido en Turín el 26 de diciembre de 1844, José Marello pierde a su madre a los tres años y, con su padre y su hermano, se muda a San Martino Alfieri (Asti). A los doce años ingresa al seminario en Asti: después de un breve período de reflexión, durante el cual regresa a Turín para estudiar comercio y técnica, vuelve al seminario y es ordenado sacerdote en 1868, asumiendo el cargo de secretario del obispo de Asti, Carlo Savio.

En 1878, fundó la Congregación de los Oblatos de San José. Nombrado obispo de Acqui (Alessandria) en 1889, se dedicó a ayudar a los jóvenes acogidos en la parroquia.

Debía ser una escuela de formación acogedora para que los chicos pudieran convertirse en «buenos cristianos y ciudadanos honestos».

No menos importante es su intervención a favor de los ancianos necesitados, para los cuales se hace cargo de una casa de reposo.

Muere el 30 de mayo de 1895 a los cincuenta años y fue canonizado por el Papa Juan Pablo II en 2001.

El Beato José Allamano inaugura un centro misionero

José Allamano nace en Castelnuovo d’Asti el 21 de enero de 1851: es pariente y discípulo de un santo, su tío, que es de hecho San José Cafasso.

Estudia en el oratorio de San Juan Bosco en Valdocco (Turín). Ordenado sacerdote en 1873 y licenciado en teología por la Pontificia Facultad Teológica de Turín, cuatro años después, en 1880, se convierte en rector del Santuario de la Consolata de Turín.

Deseoso de llevar la Palabra de Dios y ayuda concreta a las poblaciones más pobres del mundo, en 1901 fundó el «Instituto Misiones Consolata», que al año siguiente envía a cuatro misioneros a Kenia.

En 1910, da vida a las «Hermanas Misioneras de la Consolata».

Fiel a su máxima «el bien hace poco ruido: mucho ruido hace poco bien. El bien se debe hacer bien y sin ruido», se esfuerza por concienciar a la Iglesia y a la sociedad sobre las actividades de los misioneros, pidiendo que se instituya oficialmente un día dedicado a ellos (lo cual se cumplirá en 1926 por el Papa Pío XI).

Muere el 16 de febrero de 1926 y es beatificado el 7 de octubre de 1990 por el Papa Juan Pablo II.

Beato Pier Giorgio Frassati: de rico dona todo a los pobres

Hijo de Alfredo Frassati, director del periódico «La Stampa» y senador, y de la pintora Adelaide Ametis, Pier Giorgio Frassati nació en Turín el 6 de abril de 1901.

Después de obtener el diploma en el liceo clásico en 1818, se inscribe en el Politécnico de Turín, donde estudió ingeniería mecánica con especialización en minería. A quienes le preguntan por qué elige esa carrera, Pier Giorgio responde que quiere estudiar para ayudar a mejorar las condiciones de trabajo de los mineros.

Su profunda fe lo lleva a inscribirse en la FUCI (Federación Universitaria Católica Italiana) y a colaborar asiduamente con la organización caritativa católica Conferenza di San Vincenzo.

Su disponibilidad económica se pone completamente al servicio de los necesitados y a menudo se queda sin dinero porque lo dona todo a los pobres.

En 1922, su devoción lo lleva a unirse como laico (terciario) a la orden de los dominicos, intensificando aún más su compromiso en la asistencia a los pobres.

Afectado por polio fulminante, falleció el 4 de julio de 1925. Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 20 de mayo de 1990.

Fuente: revista Airone